lunes, 1 de septiembre de 2008

15 días a lo negro

Después de una ruta llena de pueblitos, sospechosos hoteles para camioneros, turbinas eólicas y castillos medievales (oh sí) arribamos a la costa del Mare Nostrum. De Alicante, nos fuimos en tranvía a la playa San Juan, unos kilómetros al norte, y nos instalamos en el camping Bon Sol. Esa noche descansamos y nos hicimos los capitalistas comiendo unos lomitos, y después nos metimos al mar con una luna increíble. Lástima que cuando volvimos al camping nos dimos cuenta que la carpa me quedaba medio corteza, y Guidito previó un negro futuro para sus pies. Al otro día nos despertamos con un sol sofocante y nos dispusimos a disfrutar de los placeres de la playa, cuando cayó un poco la tarde y se podía vivir al sol emprendimos nuestra odisea laboral, preguntando en cada restaurante/bar/cosa si necesitaban un camarero o un skater. Luego de varias negativas pero sin perder el ánimo, llegamos a una heladería de escaso atractivo donde nos recibió una mujer un tanto rara. Para nuestra sorpresa me dijo que empezaba el viernes. Creyéndome un maestro seguimos caminando por El Campello, otra playa con un largo paseo muy lindo y una torre anti-moros del siglo XV, hasta que llegamos a un bar café inglés donde vieron con buenos ojos a Nela, y al otro día le confirmaron el puesto de camarera sexy.

"Pelado descansando", por M. Mayer

Y así fue como Guido y Nela entraron al maravilloso mundo del empleo en negro. El trabajo era divertido, sirviendo cerveza, granizados, helados y café. Los otros empleados eran 2 hermanas chaqueñas y un pibe de Córdoba. Así siguió por dos días, hasta que la hija de la dueña cayó con su novio para desplazarme como un rey. Pero, como sus papás se encariñaron conmigo, Consuelo, la dueña que era medio drogadicta y creo que cayó sedada, me dio 100 euros. Ese día entré en crisis, Nela tenía trabajo y yo era un zángano ocioso, traté de disfrutar lo más que pude, y a la tarde me caminé 7 kilómetros preguntando en todos lados. Milagrosamente, al otro día me encontré con una llamada de Antonio, el dueño de la heladería artesanal Verdú, en el Campello. El pibe va a ser heladero! Así que palito bombón helado, arranqué llevando tarrinas, barquillos y bochas de gelato a los comensales durante 9 días 9 horas al día por €410, viva la explotación!

Los tórtolos en el Campello


Pero todo lo compensaron mis compañeros de trabajo buena onda. Por un lado estaba Josecito, el hijo del dueño. Siempre que le tiraba un comentario soltaba su risita graciosa, yo no entendía si le copaban mis chistes o no me entendía porque hablaba muy rápido y se reía de compromiso. Pero las charlas cuando estaba tranquilo o después del cierre con una birrita en la mano fueron memorables. Después teníamos a Antonio Jr. o Tony, el hermano de José, con quien tirabamos chascarrillos constantes, así como con Andrea, su novia. Y por último, Luisa la colombiana! una genia. Siempre bardeando a alguno, riéndose de otro y por sobre todo mi compañera de burlarnos de los gallegos. La primer persona que conozco que fue a 2 recitales de Vilma Palma. Fascinante.

Camarera sexy

A todo esto la señorita Mayer disfrutaba de un cómodo empleo de camarera siendo explotada por un gordo desagradable inglés llamado Jhon. Con ella estaban Kallum el escocés, Anna la checa (q nos hizo todo un mapita de Praga), y Faye la inglesa, y Rachel la gorda. 6, 9 y 12 horas en eternas jornadas de 5 euros la hora, el mismo precio de la cerveza más cara. Currito de por medio, gracias al bar-café la Brisa pudimos desayunar, almorzar y cenar gratarola. El resto se reducía a cocinar en el camping arroz con atún, arroz con tuco y arroz con tuco y salchichas.

El camping estaba muy bueno. Baños de lujo, unas mesitas con toldo para comer, franceses, ingleses y tanos gritones las 24 horas. Cerca nuestro había un trailer de un viejito español jubilado y su pareja colombiana que nos adoptaron totalmente. Como ya dije dormíamos como el ojete, situación que aliviamos un poco al adquirir un almohadón de un sillón abandonado. Para colmo a 1 día de irnos descubrimos que nuestro vecino se había ido sin pagar dejando la carpa y un colchón adentro.

Algunos concejos del mundo gastronómico: ir a comer afuera siempre tiene sus riesgos. Si te traen algo distinto a como lo querías y pedís que lo cambien, la bochita de helado esa que te comés con tanto gusto, la agarraron con la mismísima mano con la que se asicalaron el trasero. Es así.

Por último, es excelente ver como se formaban poco a poco mis diferentes clientes. Por un lado el loquito que siempre venía con la misma remera sucia, con pelos en las orejas y en la nariz y se pedía a la misma hora una cervecita con papas, en vaso, ojo, y me hablaba de reggea por la remera de positive. Después, el gordo blanco que no paraba de fumar y venía, se pedía un cortado y se iba sin pagar. El viejo que todos los días se pedía 2 ballantines con coca, y la vieja que llegaba al toque por un gin con jugo. La pareja con el perrito. La flia de caracúlicos. Los ingleses que dejan buena propina. El rumano miserable. Los niños franceses del banana split. Qué tiempos aquellos! Creo que llevo a Arnaldo en el alma.






No hay comentarios: